Evolución de la agroindustria en Venezuela
En los
países en vías de desarrollo la industria agroalimentaria juega un papel de
gran
importancia
en la actividad económica, siendo que en buen número de casos, esta constituye
el
eje
fundamental de la estructura económica. En
el caso de América Latina, su importancia se
evidencia,
no sólo en el peso dentro del producto industrial sino también en el comercio
exterior,
pues este
sector, a pesar de mostrar uno de los más bajos índices de crecimiento
sectorial en la
región en
las últimas dos décadas, continua respondiendo por una fracción muy importante
de
las
exportaciones.
Este, sin
embargo, no es el caso de Venezuela. Ampliamente reconocido es que la actividad
petrolera
modificó el carácter agrario de la economía venezolana, contrayendo
significativamente
la
importancia de este último renglón en la actividad de exportación (Mercado A,
2005). De
hecho en
el año de 1970 mientras que agricultura, alimentos y bebidas daban cuenta del
47 % de
las
exportaciones totales de América Latina, en Venezuela, estás apenas daban
cuenta del 7 %
(CEPAL,
2004).
Sin
embargo, a pesar de la perdida de importancia relativa que experimentó la
agricultura durante
gran parte
del siglo XX, se fue desarrollando una industria agroalimentaria en la que
algunas
ramas
presentaban una importante modernización tecnológica, y con un peso importante
en la
actividad
económica. La estructura rentística dentro del modelo de sustitución de
importaciones,
permitía
la importación de grandes volúmenes de materias primas e insumos que hacían
menos
dependiente
a la industria agroalimentaria de la actividad agrícola, un comportamiento
digamos,
anómalo
pues, como se vio, estas actividades tienden a estar profundamente relacionadas,
A partir
de 1983, a raíz de la primera devaluación importante en más de cincuenta años y
la
aplicación
del control de cambio, se comenzó a
cuestionar más asiduamente “el abandono del
campo”
planteándose, una vez más, la necesidad de desarrollar el sector. Así a
mediados de los
ochenta,
se implantaron algunas políticas de estímulo, básicamente a través de generosos
subsidios
con divisas preferenciales, bajas tasas
de interés (8,5 %) y control de precios. La
producción
durante el período 1984 - 1988 se incrementó en todos los rubros, determinando
una
disminución
de las importaciones agrícolas de 50 %, entre 1982 y 1987, con importantes
disminuciones
en rubros como el azúcar y el maíz (Mercado, 2005)
Este
período, que se dio a conocer oficialmente como el del milagro agrícola, amplió
significativamente
la oferta interna de alimentos alcanzando el récord histórico de superficie
bajo
siembra de
2.181.000 hectáreas en 1988 (Ibíd. ant.). Sin embargo, no disminuyo la
dependencia
de la
importación de insumos clave como semillas y maquinaria agrícola.
Estos
resultados se vieron totalmente empañados por gigantescos casos de corrupción
que
envolvieron
justamente la importación de estos bienes bajo el régimen de control de cambios
de
esa época.
La magnitud de los subsidios encubría la ineficiencia y la baja productividad.
Por otra
parte, al
no estimularse el desarrollo de capacidades técnicas en la producción de
semillas y de
otros
insumos fundamentales de mecanización agrícola, no se avanzó en la conformación
de un
sector
eficiente. Así, se estaba ante un sector que crecía en términos de producto más
no en
términos
de eficiencia y capacitación tecnológica. En otras palabras, crecía
artificialmente.
Después de
1989, con la adopción de los diferentes
programas de ajuste macro-económico, se
eliminan
los subsidios, buscando forzar al sector a “hacerse competitivo”. Sin embargo,
el efecto
neto fue
el progresivo desmantelamiento del
sector favoreciendo, paradójicamente, la
competencia
de importaciones agrícolas fuertemente subsidiadas (Ibíd. ant.). Se registra
una
contracción
importante de la producción de muchos rubros volviéndose a la práctica
sistemática
de la
importación
A raíz de
la implementación del programa de apertura económica en 1989, se abandona la
política
de subsidios y disminuye la producción local de muchos rubros. El análisis del
valor de la
producción
entre 1997 y 2002 evidencia un crecimiento muy pequeño del sector, lo cual
muestra
una
situación de estancamiento, con diferencias importantes entre las ramas, que se
agudiza en
los años
siguientes producto de la crisis socio-política.
Esta
situación con algunos ligeros cambios, se mantiene hasta finales de la década
de los noventa.
En el
ámbito internacional se denunciaban las prácticas proteccionistas y de
subsidios practicadas
por la
Unión Europea y los Estados Unidos, justamente aquellos que habían obligado a
los países
subdesarrollados
a eliminar dichas prácticas. En 1997, la
agricultura vuelve al tapete de la
discusión
nacional. Los productores agrarios desarrollan acciones tendientes a mostrar
que
mientras
los consumidores pagaban más caro los alimentos, el productor primario recibía
proporcionalmente
menos por sus bienes y el país se perjudicaba por la caída de la producción
interna,
el aumento de las importaciones y la disminución del empleo rural (Gaviría,
1997). Otra
de las
consecuencias de la apertura que se manifestó en forma clara en la estructura
de la
industria
de alimentos, fue la creciente concentración de la producción en unas pocas
grandes
empresas a
través de múltiples fusiones y la absorción de medianas y pequeñas empresas con
el
mejor
potencial por parte de empresas
transnacionales. A pesar de todo, las
empresas pequeñas
que
sobrevivieron se concentraron en cubrir mercados especializados y locales
dedicándose a la
elaboración
de alimentos, en muchos casos de manera casi artesanal.
Todos
estos acontecimientos dieron pie para que los diferentes actores políticos de
cara a las
elecciones
de 1998, plantearan en sus programas la
necesidad de reestablecer la actividad
agrícola
como prioridad. A partir de 1999 con la entrada del nuevo gobierno se
adelantaron
acciones
“políticas” en esta dirección, específicamente se formula y promulga la ley de
Tierras y
se delinea
la organización de pequeños productores en cooperativas.
El crecimiento promedio anual fue de 2.4% en
los años ochenta y 2.5% de 1990 a 2002, inferior al crecimiento general que fue
de 2,8 % (FAO, 2003)
No
obstante, el crecimiento de la producción interna bajo la sustitución de importaciones
estimuló el surgimiento de nuevos tipos de siembras y la modernización de la
ganadería. Es significativo el crecimiento del cultivo de cereales como el maíz, sorgo y arroz y el
incremento en la actividad pesquera.
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